21 junio 2021
– Mi médico favorito, (del cual me han dicho que ya tiene canas y digo me han dicho, por que hace casi dos años que solo hablo con él por teléfono ya que aún no dan visitas presenciales los médicos de Familia y/o de Atención Primaria), quedó conmigo, el pasado viernes, en enviarme por correo-e el resultado de los análisis de sangre y orina que me hicieron el quince de este mes. Pues no me lo mandó.
-La noche del viernes tuve un sueño revelador de como meterme en la web del Hospital para conseguir copia de los análisis a través de un laborioso y determinado proceso de barreras digitales, contraseñas, certificados-e y de una complicada búsqueda y lo conseguí. Era un sueño.
– El sábado por la mañana, recordando el sueño revelador de esa noche, me puse a hacer exactamente lo que vi en el sueño y funcionó. Lo hice con una rapidez y conocimiento alarmante.
– Pensé que igual en otro sueño podría enterarme de que número de lotería saldría en el próximo sorteo y ya llevo dos noches intentándolo y ,de momento, nada de nada. Solo pesadillas sobre políticos que ganan las elecciones y, como no, que me ataca la variante Delta del coronavirus y ya me veis a mi en bolas saltando por los tejados del Barrio Antiguo que es donde, al parecer, y para gloria del redactor de mis horribles sueños, vive el virus.
– Pero hoy decidí darle una oportunidad a mi vida y me fui muy temprano al Paseo de mi playa. Me senté en mi banco, anduve mis 400 metros y luego me puse a leer mis recortes, los que llevo en una gran libreta de color verde y me quedé con este texto que me pirra:
«Pues sí, hay días en que me viene un fuerte deseo de repetir el destino de Robinson Crusoe; de estar solo en una isla desconocida para los cartógrafos; de experimentar por vez primera la rara sensación de no formar parte de una plaga; de no ser conminado a interpretar un papel en las excesivas y, por lo general, sangrientas utopías de mis congéneres; de rehacer a mi manera la civilización; de crear una ciudad con cuatro ramas y cuatro piedras; de ignorar la prisa, el dinero, las relaciones públicas; de perder de vista para siempre al violento, al racista, al codicioso, al pelma; de vivir en paz; de morir en paz -como decía el poeta- al atardecer, a ser posible con la cara vuelta hacia el océano». (Fernando Aramburu)
Comparto tu magnífico razonamiento, querida amiga Paz. El texto de Aramburu es especial y ahora mucho más. Ganas de volver la cara hacia al océano.
Un abrazo muy fuerte.
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Dejo atrás el primer texto y me voy a la cursiva. Cierto que en estos tiempos nos gustaría aislarnos todavía más, sobre todo en lo emocional, más aún de lo que ya estamos, marcharnos a una isla desierta no para meditación zen, sino para no tener alrededor, que no es necesariamente al lado, a todo una sociedad prácticamente perdida de casi todo. Pero aún nos queda la mente. Y para eso copiar a Aramburu, sacudirnos lo que pasa, irnos a la orilla, a tu orilla, mirar de lejos el mar y hacernos la idea, la utópica idea de que estamos en alguna isla perdida del Pacífico, como poco. Con la cara vuelta hacia el océano, es verdad. Un abrazo.
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