Michael Oswald
12 noviembre 2020
Hoy dejaré aquí un texto que siempre me impresionó y aún hoy, no sé si sé interpretarlo:
-¿Y por qué no? Esas palabras no guardan su virtud más que en nuestros labios, y por cierto que la nuestra es… pero, amigo mío, mirad, yo podría pronunciar esas palabras sobre el bajo vientre de vuestra mujer y metamorfosearía en un dios al templo en donde hacéis vuestros sacrificios… No, no, querido amigo, sólo nosotros tenemos el poder de la transubstanciación; vos podríais pronunciar veinte mil veces esas palabras y nunca conseguiríais que descendiera cosa alguna; e incluso con nosotros la operación carece muy a menudo de toda eficacia; la fe es lo que lo hace todo en este caso; con un grano de fe se podrían mover montañas, Jesucristo lo dijo, como bien sabéis, pero quien no tiene fe, no consigue nada… Yo, por ejemplo, que, a veces, cuando estoy celebrando, pienso más en las muchachas o en las mujeres que asisten a ella que en ese demonio de pedazo de mesa que remuevo con mis dedos, ¿creéis que consigo que venga algo en ese momento…? Me sería más fácil creer en el Corán que meterme eso en la cabeza. Por eso vuestra misa será, por poco que hagáis, tan buena como la mía; así, pues, querido amigo, obrad sin escrúpulos, y sobre todo mucho valor.
El marido cura
[Cuento. Fragmento.]
Marqués de Sade