04 agosto 2020
-Mientras estaba esperando que me llamaran para una prueba de esas que se inventan los médicos cuando se te ocurre ponerte malo, una buena señora que tenía a mi lado, (dos asientos más allá por eso de las normas anti COVID19), me ha encandilado relatando el viaje que hizo, ella y su marido, el año pasado a la Riviera italiana. De su entusiástico relato, me quedo con su parrafada final:
«Mire, señor, mi marido murió en mayo, se lo llevó la COVID, pero el año pasado, como si lo hubiéramos intuido, decidimos hacer un viaje de novios celebrando nuestras bodas de oro de matrimonio. Tuve yo que convencerlo al grito de … ¿Vamos Julián, igual ya no tenemos otra oportunidad, ya tenemos setenta y cinco y la edad no perdona, vámonos a la Riviera italiana!; y así fue, la COVID no nos perdonó que fuéramos tan felices. Hágame caso, coja a su mujer, y váyanse de viaje al fin del mundo, nadie les va a echar en falta y vivan la vida como si cada segundo fuera el último. Carpe Diem, pareja feliz, Carpe Diem. Disfruten, mañana puede ser tarde.»
Esas pequeñas cosas 